Corría el año 1912 y, mientras se elevaba la mansión Mujica, Críspulo descubriría, entre las pocas pertenencias de su criado, la espada de capitán del glorioso militar. El antiguo guarda de la Virgen avergonzado, como nunca hubiese imaginado, confesó su verdadera identidad.
El terrateniente atormentado por una apremiante confusión al sentirse engañado por el destino, cayó enfermo muriendo meses más tarde. La Mansión sería terminada años después y en ella habitaría el Capitán Mujica en el total anonimato y en el más vil de los olvidos...
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